Miércoles, 26 de Julio de 2006
Nos levantamos temprano después de una noche de duerme vela. En la habitación hace calor y mucho ruido. Salimos caminando en busca del desayuno y la boca de metro que nos llevaría al Museo Orsay. Vamos caminando junto al Sena con Notre Dame imponente al otro lado del río. Desayunamos en la calle, con un delicioso Pain Chocolate recién hecho y una botella de agua fresquita. Mientras, descubrimos que nuestra parada de RER está en obras y la compañía ha puesto una guagua gratuita que cubre las paradas. Así que nos subimos a la guagua y llegamos al Museo Orsay a eso de las 10:00. Las guías de viaje recomiendan llegar temprano por las colas, ya había cola cuando llegamos pero no era algo desesperante. Va más o menos ligera, pasas el arco de seguridad y compras tu entrada (5,50€ para menores de 25, con el D.N.I. vas que te matas). Creo que en este viaje, lo que más me gustó de Paris fue el Museo Orsay. Me impresionó en todos los sentidos. Normalmente cuando viajo me gusta más ver edificios que parques, y admirar la arquitectura. Tampoco soy amante del arte, no entiendo nada de pintura pero en el Orsay están precisamente los pocos que me gustan. Ver algunos de aquellos cuadros en persona no tiene desperdicio. El que más me impactó fue Bal du moulin de la Galette de Renoir. Nunca ha sido un cuadro que me llame especialmente la atención, pero para mi verlo en persona fue empezar a comprender porqué algunas siguen con pasión este arte.
Hay infinidad de cuadros maravillosos que ver en el Museo Orsay y nosotros le dedicamos toda la mañana. De ahí nos fuimos en metro a la iglesia de Saint Sulpice. No es nada espectacular comparado con el resto de Paris, pero es de esas pocas cosas gratis. Pensábamos almorzar en un comedor universitario por la zona, que dicen que son baratos, pero descubrimos que la mayoría cierran en verano (que ilusos somos). Así que cogimos comida para llevar en un chino de la Rue de Vaugirard y nos sentamos en el Parque de Luxemburgo. (Nota: No está permitido sentarse en el césped)
Los pies empezaban a resentirse, así que la parada para comer fue más que gratificante. De allí fuimos en metro hasta el Hotel des Invalides donde se encuentra la tumba de Napoleón. No entramos ni al museo de la armería ni a la tumba de Napoleón (por aquello de ahorrar un poco). Pero si pudimos contemplar la inmensidad de este edificio barroco y desde dentro, en el patio, se ve allá arriba la cúpula dorada que mandó construir el Rey Sol.
Como aún nos quedaba mucho por caminar y hacía un calor terrible, volvimos a coger el metro hasta el obelisco de la Plaza de la Concordia. Ese día la fuente junto al obelisco restó total importancia a este monumento. Allí estábamos, con más de treinta grados y el agua fresquita por los tobillos.
La plaza de la Concordia está al comienzo de los Campos Eliseos. Bajo la sombrita de los árboles empezamos a subir esa ENORME avenida a pie. (Nota: En la foto, las grandes dimensiones del Arco del Triunfo pueden llevar a engaño. En realidad está muy muy muy lejos). La primera parte de los campos Eliseos son como jardines muy bonitos, como todos los de Paris. La segunda ya es más bien ambiente de tiendas.
Como nuestro camino era largo así que fuimos haciendo algunas paradas para aprovecharnos del aire acondicionado de los locales. Primero paramos en una perfumería, jamás imaginé que pudiese haber perfumerías tan grandes. De hecho, mis pies ni siquiera fueron capaces de llevarme hasta el fondo de la tienda. Después paramos en un McDonalds (de nuevo, la opción barata) a comer pero sobretodo a descansar los pies. Y ya casi llegando al Arco del Triunfo nos encontramos con una exposición de coches Peugeot.
Y por fin llegamos al Arco del Triunfo. Uno no puede hacerse a una idea de sus dimensiones hasta estar debajo de él y no porque ya lo hayas visto te deja de impresionar. Yo había estado en Paris hace unos 10 años o más y no me dejó indiferente. Ahora al volver a estar allí, nuevamente me dejó con la boca abierta. A veces no termino de entender porqué a día de hoy con más medios técnicos no logramos hacer cosas tan hermosas y duraderas.
Una vez allí, tuvimos el honor de estar presentes para la ceremonia que se hace cada día a las 18:30 al soldado desconocido. Personalmente me pareció un poco paripé, pero bueno, habrá a quien le guste.
Del Arco del Triunfo fuimos en metro a la Torre Eiffel. A estas alturas supongo que empezarán a comprender lo importante que fue el metro tanto para nosotros como para cualquiera que visite Paris por su cuenta. La verdad es que las líneas funcionan estupendamente, hay muchas paradas así que siempre tendrás el metro cerca. Los parisinos están tan orgullosos de su servicio de transporte que encontrarás los planos de metro en postales, camisetas y hasta calzoncillos. Es asombroso.
Cuando llegamos a la Torre Eiffel ya había tenido suficientes emociones por un día, así que subir hasta la segunda planta para mi era más que suficiente (por si alguien no lo sabe, me dan miedo las alturas). Las vistas desde la torre son impresionantes, y más en un día despejado como el que por suerte nos tocó. Queríamos quedarnos hasta que se iluminara ya de noche pero ya casi eran las 9 y el sol parecía que no quería irse a dormir.
Junto a la Torre Eiffel hay una parada de Batobus. Según habíamos mirado, de todos los barcos que van por el Sena este era el más barato, así que montamos en el último de aquel día. Compramos un ticket de dos días ya que la diferencia con el de un día era de apenas un euro, por lo que al final nos vino costando 8 euros con la Carte Orange.
A medida que el barco avanzaba se iba oscureciendo y también aumentaba el viento. Pronto nos dimos cuenta que no era efecto de la velocidad del barco, un resplandor iluminó el cielo a lo lejos. Para cuando desembarcamos en Notre Damme, el viento ya movía fuertemente los árboles y algunas gotas de lluvia se dejaban notar.
Entramos en un Subway a comprar la cena para llevarla al hotel con la esperanza de que la lluvia amainara. Nada más lejos de la realidad, con las bolsas de comida en las manos salimos corriendo al hotel. El palo de agua que nos cayó aquella noche fue tremendo. Los truenos, las curvas de las calles llenas de agua, nosotros en pantalón corto y sandalias (yo por suerte llevaba tenis) y la lluvia que apenas nos dejaba ver por donde íbamos corriendo.
Dábamos pena cuando llegamos al hotel mojados como gatos. Pero cenamos y dormimos, por fin con algo de fresquito entrando por la ventana. Los truenos no cesaron en toda la noche.