13/09/2008 – 23:45h
Por fín tras unlargo día de viaje, llegamos a la habitación del hotel Conrad en el Cairo. El día comenzó madrugando en el aeropuerto de Lanzarote. Mi madre y yo salíamos desde allí hacia Madrid con Easyjet. No podría ser más puntual, adelantando además 10 minutos en el horario previsto de llegada. En Barajas ya nos estaban esperando Moe y mi padre que habían llegado desde Tenerife. Después de reunirnos en la T4, con viaje en bus de por medio, y pasar varios controles, pudimos por fin pararnos a la espera de que nos indicaran la puerta de embarque.
Nuevamente y con fortuna en nuestros planes, el vuelo sale puntual y tras cinco horas de viaje llegamos a El Cairo. La primera impresión que nos llevamos desde el avión, siendo de noche, es la enorme cantidad de tráfico y atascos que hay en la ciudad. Al llegar al terminal la higiene brilla por su ausencia y parece más una vieja estación de metro que un aeropuerto. Antes de que pudiéramos darnos cuenta, nuestro inicial guía galáctico ya nos había pegado el visado por el módico precio de 27 euros y nos empuja hacia el control de pasaportes. Allí surgirá la primera anécdota del viaje. Mi madre y yo llegamos de las primeras, y después de ponernos el sello aparentemente no hay nadie en el puesto del ordenador donde registran nuestra entrada. Después de esperar un rato, otro «aduanero» se lleva nuestros pasaportes al control de al lado. Con temor de perder de vista mi pasarporte y a la espera de que nos lo devuelvan, cruzo la barrera hacia el otro lado. Cuando uno de los «aduaneros» más veteranos se da cuenta, llama la atención del que nos había puesto el sello. Éste con la misma actitud pasota de todos ellos, hace señas de que da igual mientras el veterano sigue con sus gestos y su cara de alarma. En ese momento no puedo evitar echarme a reir a pesar de no entender ni una palabra de lo que decían. Mientras el más veterano seguía haciendo aspavientos, sin quererlo nos habíamos colado en El Cairo sin pasaporte.
A partir de aquí, ha sido la habitual rutina de recoger equipaje, subir al bus, escuchar al guía relatarnos cómo sería el viaje, las excursiones opcionales y algún que otro comentario sobre los lugares que íbamos encontrando en el camino. Quizás eso fue lo mejor, percibir las primeras imágnes del Cairo con los ojos cansados del viaje. A nadie le pasa desapercibido el tráfico y los bocinazos queahora mismo esucho desde la habitación 22 plantas por encima del nivel del suelo. Aquí la única norma es que todo vale. Otra de las cosas que me llamó la atención del camino al hotel fue un merado de telas. Desde el bus pude ver preciosos drapeados de vivos colores que imaginé como auténtico algodón egipcio.
Poco más puedo relatar de un larguísimo día de viaje que espero compense.
Es tarde. Buenas noches 😉